En esta vida se ha hablado mucho de las suegras, y habitualmente no ha sido para bien.
Dicen los expertos en el tema que un porcentaje elevado de casos de divorcio se debe a la influencia de la familia de los conyuges, y en ella, por supuesto, la suegra ocupa un lugar privilegiado.
No obstante, yo no me puedo quejar en absoluto, más bien al contrario. Alguno de los listillos que me conocen me podrían decir «claro, la tienes a 300 kilómetros, normal», pero no es por eso, ya que nos vemos con relativa frecuencia, sobre todo en verano, cuando solemos pasar dos semanas juntos. Además una suegra tiene capacidad para llegar con su influencia a muuuuucha distancia.
Tampoco mi mujer tiene de qué quejarse por la parte que le ha tocado.
(Ay, madre, vas a hablar de tu madre, ¡qué objetivo!)
Pues sí, soy objetivo. Mi madre (la suegra de mi mujer) tiene defectos, igual que mi suegra, pero también muchas virtudes. Además, en cuanto mi santa esposa (santa por lo de tener que aguantarme a mí todo el día) entra en casa de mis padres, a mi madre empieza a caerle la baba y hay que ir persiguiéndola con la fregona o lo dejaría todo mojado en pocas horas. Y no es para menos (lo del babeo), ya que mi madre fue uno de los involucrados en el complot que me organizaron para conseguir que saliera con mi mujer, complot que tuvo éxito, tal y como atestiguan las cuatro hijas que tengo con ella.
¿Cómo?¿Que a vosotros no os ha elegido la mujer vuestra madre?

Yo sé de más de una que no podría entrar en casa de su hijo si pusieran esto en la puerta.
Pero, volviendo al tema de mi suegra, ella es una persona de admirar por muchos motivos, pero voy a centrarme en unos pocos. De entrada puede parecer un poco seria, quizá tímida, pero tiene un temple digno de elogio. Así, yo la he visto mantener la calma en momentos en los que a su alrededor estaban cayendo chuzos de punta, cuando a mí lo que me habría salido del alma es desenvainar mi espada visigoda y empezar a cercenar miembros y a cortar cabezas.
Al principio pensaba que mi opción (la del ataque berserker) era la mejor, pero luego me di cuenta de que no, porque implica dejar el camino sembrado de heridos y mutilados, sino que es mucho más de admirar a aquel que es capaz de contener su torbellino interno y mantenerse erguido en silencio a pesar del envite del vendaval.
Además, tiene una gran capacidad de sufrimiento, que le ha venido impuesta por la vida y que ya veo que yo también voy a tener que desarrollar, sobre todo dentro de unos años, cuando mis hijas entren en la adolescencia y empiecen los problemas de verdad.
He hablado de mi suegra, pero podía haber hablado de una forma similar de mi suegro, mi padre o mi madre, ya que, aunque diferentes, tienen muchos puntos en común (por ejemplo ambos matrimonios tienen 8 hijos. No está mal, ¿no?)
Así, tanto en la vida como padre como en la de como escritor, son necesarias estas dos virtudes, tan devaluadas en la actualidad: lo que se llama fortaleza, es decir, la capacidad para soportar los golpes o desilusiones de la vida sin caer en la desesperación o en el desánimo, y la valentía para saber asumir las situaciones difíciles de la vida a pesar de los riesgos que ellas conllevan.
Por tanto, todavía tengo mucho que vivir y aprender para parecerme más a mi suegra.
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